Banalizar la felicidad: A veces, la educación ignora el valor del esfuerzo, convierte a nuestros niños en esclavos de los elogios y los castiga con recompensas

Banalizar la felicidad: A veces, la educación ignora el valor del esfuerzo, convierte a nuestros niños en esclavos de los elogios y los castiga con recompensas

Banalizar la felicidad: A veces, la educación ignora el valor del esfuerzo, convierte a nuestros niños en esclavos de los elogios y los castiga con recompensas

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Es bastante reconocido hoy en día el efecto que tienen nuestras creencias más profundas sobre nuestro comportamiento cotidiano. Lo que creemos guía lo que hacemos. Aunque a veces ciertas acciones que llevamos a cabo contradicen nuestros sistemas de creencias, en términos generales actuamos sobre nosotros mismos y sobre nuestra realidad guiados por nuestras creencias.

Una de las creencias más extendidas hoy en día en nuestro sistema educativo, al menos en relación con el tema de la felicidad, es que podemos diseñar instituciones (que, en lo personal, prefiero llamar organizaciones) con el objetivo de brindar felicidad. Aunque esta aspiración parece legítima, es necesario mirarla con detenimiento pues, puede suceder que, al final, resultemos banalizando el concepto mismo de felicidad.

Es frecuente encontrar en nuestros PEI, especialmente en lo relacionado con el horizonte institucional (visión, misión, valores organizacionales) planteamientos basados en el concepto de felicidad que, en mi criterio, ignoran un precepto que a ciertos educadores nos parece clave: el esfuerzo.

En este sentido, algunos reconocidos expertos en el tema como Carol Dweck y Alfie Kohn , nos recuerdan que al ignorar el valor que tiene el esfuerzo como motor de las acciones que realizamos para buscar nuestra propia trascendencia y, así, propiciar no sólo nuestra felicidad sino la de los demás y el balance con el entorno natural, estamos banalizando el concepto mismo de felicidad. Y si a ello le agregamos, dice él, el hecho de que otorgamos premios por comportamientos determinados, estamos, realmente castigando a través de dichos premios o recompensas a nuestros niños, en vez de crear sistemas de reconocimiento al esfuerzo.

Es el esfuerzo por lograr nuestras metas lo que, realmente, tiene sentido. Somos felices porque logramos nuestros obetivos con esfuerzo, no con recompensas que, eventualmente, se volverán castigos. Si premiamos a nuestros niños cada vez que hacen algo bien, los castigamos para el futuro pues, en adelante, sólo se comportarán de acuerdo con las normas sociales si reciben dichas recompensas: Es un castigo que afecta el desarrollo de su juicio moral. La felicidad es una recompensa natural que viene luego de esforzarnos mucho por alcanzar nuestros objetivos. Creo firmemente en que esta visión de la educación ayudará a transformar nuestro sistema educativo y, en particular, a nuestras familias pues nos permitirá comprender mejor las dinámicas que forjan la construcción de valores y cambiar nuestras creencias.

Yecid Puentes Osma (Ed. S.)
Headmaster
Colegio del Bosque Bilingüe
Universidad Antonio Nariño