¿Queremos destruir o construir con el lenguaje? Descubre el poder que este tiene a través de Liliana Duarte de Naranjo, Directora Pedagógica Gimnasio El Portillo, quien nos comparte la importancia de hacer uso adecuado del mismo para construir sociedad.
Somos seres sociales, aprendemos desde pequeños y lo afirmamos y repetimos constantemente. Nos diferencia de las demás especies la razón, también lo que memorizamos y expresamos frecuentemente. Nos maravillamos cuando un niño aprende a hablar, luego a leer y escribir, y nos angustiamos cuando el proceso tarda o hay complicaciones. Porque desde que nacemos intuimos y comprobamos a diario que el lenguaje es nuestro puente hacia el mundo. Primero desde la mirada, por ejemplo, ese encuentro entre los ojos de la madre y el hijo es inolvidable. Se dicen tanto. El contacto se prolonga y a través de él se manifiesta todo un mundo que hay entre ambos. El asombro de ambos seres descubriéndose es algo hermoso que embelesa y fascina. Poco a poco sonidos y palabras se van incorporando en aras de garantizar cada vez mayor eficacia y precisión en el deseo o la voluntad manifestada. La risa y el llanto paralelamente cumplen su papel. Acompañan o suplen en ocasiones el gesto o la palabra que no se encuentra o no se tiene, y liberan las emociones internas de una manera oportuna.
Oír por primera vez de los labios del hijo las palabras mamá y papá es algo imposible de describir. La sensación de reconocimiento, de identidad invade cada célula y cada fibra del cuerpo y evidencia la construcción del vínculo generando seguridad y certeza en ambas personas.
Si es tan claro y evidente todo esto. Si lo disfrutamos tanto. Si lo anhelamos y al principio casi caemos en una competencia lingüística para ver qué niño maneja o comprende más palabras y demás, ¿por qué con el tiempo descuidamos este poder que se nos otorga desde que nacemos? ¿Por qué con el tiempo lo ligamos netamente al ego y lo separamos de los otros, de los demás, de los que quiero y necesito? Si no generáramos o permitiéramos esa fractura, nos resultaría mucho más fácil relacionarnos y convivir. Porque siempre partiríamos de la valoración del lenguaje, del reconocimiento de esta herramienta como la llave para entrar al mundo de los demás, para poder comunicarnos, para poder socializar y seguramente lo haríamos con más respeto, con más cuidado, con más amor.
Me pregunto ¿en qué momento y por qué razón, algunas personas empiezan a incorporar en su léxico palabras descalificadores, desvalorizantes, intimidantes, destructivas, que hieren, laceran y maltratan, acompañadas además de un tono de voz y un lenguaje corporal aún más fuerte y atemorizante. ¿Con qué derecho hay quienes creen que pueden hablar de esa manera, sin filtro alguno, sin recato, sin reparo, sin asertividad y van diciendo todo lo que piensan, o quizás todo lo que sienten, sin pensar en el interlocutor y en cómo se siente luego de recibir ese mensaje?
Se necesita un despertar de las conciencias, un llamado que clame a que los padres, abuelos, cuidadores, profesores y todas las personas que, en primera instancia, estén a cargo de vidas incipientes, de vidas nuevas, se responsabilicen y asuman el poder de su lenguaje y las implicaciones e influencias y afectaciones éticas en dichas vidas. Se necesita que las personas aprendan a escucharse primero a sí mismas, aprendan a reconocer qué palabras usan, cómo las usan, analicen y reflexionen sobre las narrativas y discursos desde los que fueron criados, para que decidan si definitivamente quieren prolongar estas formas de comunicación o cambiarlas y hasta erradicarlas.
Se necesita que los adultos en todos los contextos, tengamos la suficiente humildad y actitud reflexiva para analizar objetivamente nuestra manera de hablar, de expresarnos, de comunicarnos y sobre todo que intentemos atentamente observar la reacción de los demás cuando nos dirigimos a ellos. Necesitamos comprobar qué tan asertivos estamos siendo a diario, con nosotros mismos y con el mundo en general.
Es una sola vida, quizás unos cuántos grupos de personas a los que llegamos y con los que interactuemos únicamente. Tal vez se trate del amor de nuestra vida o de los tesoros más grandes que alguien puede tener: sus propios hijos, y desafortunadamente, si no aprendemos a comunicarnos, puede que desperdiciemos nuestra existencia dentro del círculo vicioso de una comunicación desacertada, destructiva e ineficiente que propicie el distanciamiento por encima del encuentro.
Mi invitación es a replantear nuestra relación con el lenguaje, a despertar nuestra conciencia sobre el poder del lenguaje y a construir sociedad, convivencia, armonía y felicidad desde el lenguaje.
Para conocer sobre el Gimnasio El Portillo ingresa a: http://www.gimportillo.com/
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Por: Liliana Duarte de Naranjo
Filósofa y Literata. Universidad de Los Andes.
Magíster en Educación. Universidad de Los Andes.
Coach Certificada.
Directora Pedagógica Gimnasio El Portillo.