¿Qué tan importante es que los niños pequeños interioricen las normas de educación?, ¿Cuándo es adecuado?, ¿Desde qué momento debemos exigirles que se comporten bajo los parámetros establecidos y esperados, y cuándo esa misma presión puede llegar a ser contraproducente? ¿Afecto genuino o cercanía impuesta?
Es muy común ver, a la gran mayoría de padres, haciendo un gran esfuerzo para que sus niños, desde que son muy pequeñitos, sean “educados”. No me refiero a que no sean groseros o patanes, me refiero a que manejen desde pequeños los cánones de comportamiento social, especialmente el saludar y despedirse, pero además, siendo afectuosos. Y la verdad es que esto se convierte en un tema que puede ser polémico, pues si bien es cierto que no hay nada más agradable que un niño educado y amable, también nos podemos preguntar qué pasa cuando ese niño es así, no porque le nazca ni por que se sienta cómodo siéndolo, sino porque es forzado a esto.
Por otra parte, es más importante ayudar a nuestros niños a demostrar aprecio real y comunicar su afecto, a que simplemente se comporten adecuadamente y digan hola y adiós, pues si no hay un sentimiento real de por medio no serán más que palabras vacías carentes de afecto y emoción. Es mejor un “hola” dicho desde lejos y con una sonrisa genuina a una mano fría que se estira para saludar sin ningún sentimiento.
Algo muy importante para entender este proceso, es comprender que la “educación social” o sea las habilidades sociales, se aprenden básicamente por imitación, y de la misma manera en que nosotros las aprendimos viendo a nuestros padres, nuestros hijos aprenderán de nosotros y replicaran nuestro comportamiento.
Este, como todos los procesos de socialización, implica, de alguna manera, una domesticación del instinto, pues es así como aprendemos a reconocer los límites en los cuales debemos movernos para no transgredir las normas sociales que, de alguna manera, hacen posible la convivencia.
Sin embargo, como este es un entendimiento que se logra con los años, no podemos pretender que los niños pequeños lo interioricen, comprendan y asimilen cuando va más allá de sus posibilidades cognitivas, de sus capacidades sociales y de sus necesidades inmediatas. No podemos forzarlos pero podemos centrar su atención en nuestro comportamiento en dichos momentos sociales ayudándolos sutilmente a que se acerquen a los demás y dejar que ellos hagan el resto del proceso a su ritmo. Es muy importante también, tener en cuenta su personalidad, pues cada niño es un mundo aparte, razón por la cual debemos evitar las comparaciones.
Es importante entender el lenguaje de los niños y no esperar que ellos manejen nuestros mismos códigos para mostrar su agradecimiento o su afecto. Conocer la forma en que cada uno de nuestros hijos demuestra sus emociones nos permite validar dichas expresiones y aceptarlas como legítimas y suficientes, ya sea en su manera de ser cariñosos, de aproximarse a los demás, de dar las gracias.
Esto no solo es importante porque nos permite estar en sintonía con su mundo emocional, sino que además nos permite que en este proceso de adaptarse a las normas sociales valoremos sus esfuerzos y su aproximación a los demás. Por ejemplo, si sabemos que nuestro hijo es tímido y su forma de dar las gracias es con una mirada directa y una sonrisa, podemos dar por recibido su gesto y no decir: ¿qué dices cuando alguien te regala algo?, decirlo, sería invalidar por completo su aproximación genuina. Para respaldarlo en su interacción social, después de su tímida aproximación al otro, podemos dar las gracias nosotros también. Lo más seguro es que la persona que está recibiendo el agradecimiento sienta la intención real y autentica del niño, es decir, que seguro sentirá su agradecimiento.
Cuando usamos la imposición como método de educación, cuando forzamos a los niños a que violenten sus propios procesos y los obligamos a hacer cosas con las que se sienten incómodos, estamos sembrando en ellos la peligrosa semilla de la complacencia. Les enseñamos qué es más importante complacer a los demás sin importar qué sienten ellos, pasar por encima de ellos y eso puede ser el principio de un niño que no sepa poner límites, que no sepa decir ¡NO!
Respetar a los niños, reconocer sus esfuerzos, entender sus limitaciones y sus procesos, acompañar sus ritmos de desarrollo y aceptar tanto su forma de ser como de expresarse, es el mejor camino para fomentar la autenticidad. Esto, acompañado del ejemplo que les damos en el día a día, hará sin duda alguna que nuestros hijos sean amables y que logren una conexión emocional auténtica con su entorno.
Cosas que como figuras de autoridad debemos evitar:
-Forzarlos a dar besos y abrazos.
-Invalidar sus propias expresiones de afecto e imponerles las nuestras.
-Hacerlos quedar en ridículo frente a los demás por que no actúan de la forma esperada.
-Darle más importancia a ese adulto que quiere que el niño lo abrace y no al niño que no quiere.
-Forzarlos a compartir sus cosas o a socializar.
-Obligarlos a pedir perdón.
Formas genuinas en las que los niños pueden demostrar su afecto o agradecimiento hacia los demás:
-Siendo juguetones.
-Sosteniendo una mirada con una sonrisa.
-Invitando a jugar a la otra persona.
-Acercándose a hacer cosquillas o cualquier otro tipo de juego corporal.
-Brincando alrededor del otro.
-Diciéndole que no se vaya.
-Gritando de alegría.
Créditos
Por: Paola Bermúdez
Redacción Revista Edu.co