La vida con sus dinámicas rutinarias, nos va llevando automáticamente a vivir en el afuera, el hacer, el concretar, el producir, el tener. Hoy la vida misma nos dice: Detente, vuelve a ti, quedate en casa, quedate dentro, regresa a ti.
Hace pocos días vi una imagen que me llevó a pensar sobre esta situación que en el mundo estamos viviendo. Era de un oso polar que durante la temporada de hibernación se encerraba en su cueva y se quedaba allí hasta cuando llegara la primavera de nuevo, todo para poder salir recargado.
Y pensé. ¿Por qué nos hemos olvidado de volver al reposo interior y recargarnos, con nuestros hijos, con nuestros familiares, con nuestros animalitos, con nosotros mismos?
Hoy, quedarnos en casa significa seguir siendo padres y al mismo tiempo empleados, houseworkers, profesores, chefs, encargados de la limpieza, recreadores, etc., entre otras actividades; nos ha representado un gran reto. Pero creo que el mayor ha sido aprender a conocernos en tiempos de crisis y poder potenciar aquello que nos fortalece no solo para ser mejores hacia nosotros mismos, sino para ser el mejor ejemplo posible de nuestros hijos.
Mi experiencia como la de muchos quizá, es aprender a re-aprender. Siempre he tenido como premisa que la mejor enseñanza es mediante el ejemplo en cada día. Mostrarle a mi hijo con mis acciones lo que deseo que el aprenda: rutinas claras, comunicación abierta y constructiva, sana expresión de las emociones, disciplina, constancia y organización, amor por lo que se hace, respeto por el otro y las diferencias, empatía y mutua colaboración.
En este punto de seguro muchos opinarán lo fácil que es y de hecho, sí que lo es. Las acciones a veces no suelen serlo tanto, menos en épocas como la actual, llenas de tanta tensión, preocupación y estrés. ¿Pero saben? La constante y permanente búsqueda de respuestas nos puede llevar a los padres a que siempre, lo más importante, es la aceptación de lo que sucede dentro y fuera de mí, aunque confieso, que no siempre se logra.
Un común denominador en todos nosotros por estos días ha sido el trabajar la paciencia, porque aunque no podemos cambiar lo que sucede afuera, sí podemos escoger el cómo vivirlo, no solamente en mi entorno sino también dentro de sí mismo. Cada vez que sentimos que la copa está a punto de rebosarse, debemos tomarnos un tiempo a solas, respirar, dejar salir esas emoción que nos embargan, aceptarlas, dejarlas fluir, darnos el tiempo de reconocerlas y poderlas reintegrarlas a nuestro ser, pero ya limpias y libres de cualquier toxicidad. Escribamos, meditemos, lloremos, compartamos nuestros sentimientos con quien sepa escuchar.
Está bien, no estar bien todo el tiempo. Dejemos que la emoción fluya. Entenderla y aceptarla es volver a mi centro, a mi equilibrio de la emoción y el pensamiento. Aquí está la clave para no cometer el gran error de desahogarnos con otros y de manera inadecuada.
Ni nuestros hijos, ni nuestros familiares deben ser los destinatarios de las consecuencias de no procesar los pensamientos y las emociones que nos embargan de manera negativa. No es fácil ser tolerante en medio de tanta incertidumbre, pero soy yo quien elijo cómo deseo sentirme y de qué información nutro mi mente e igualmente, como actuó con los que me rodean.
Especial para Los Mejores Colegios
Por: Jeaneth De La Espriella Muñoz
Madre- Gimnasio Toscana