Debemos reformular la enseñanza y dotar a las nuevas generaciones de competencias y conocimientos para enfrentar los retos del cambio climático, la transformación digital, la
polarización de las opiniones o la desinformación. Por eso, te compartimos fragmentos de la entrevista exclusiva a la Directora General de la UNESCO, Audrey Azoulay, realizada y publicada por El Correo de la UNESCO, sobre el futuro de la educación.
Acaba de publicarse el informe ‘Reimaginar juntos nuestros futuros, un nuevo contrato social para la educación’ . ¿Cuál es su objetivo?
No es la primera vez que nuestra Organización publica un informe de este tipo. En su condición de agencia intelectual, la UNESCO se ocupa de evaluar el tema, cada vez que el contexto histórico y social lo exige, y analiza los retos actuales y futuros de la educación a escala mundial.
Eso fue lo que hicieron en 1972 y 1996 los informes Faure y Delors, que propiciaron la implantación de principios fundamentales, como la “educación a lo largo de toda la vida”, la “sociedad del conocimiento” o la necesidad de “aprender a aprender”. Pero es también lo que hizo Edgar Morin en 1999, cuando definió, por encargo de la UNESCO, “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro”, en una obra que desde entonces es referencia obligada en la materia.
Más de dos decenios después, había llegado el momento de analizar de nuevo el asunto. El mundo ha cambiado mucho y la educación no debe ir a la zaga, sino que ha de anticiparse a los acontecimientos. Porque en su esfuerzo permanente de adaptación, la educación a veces ha perdido la capacidad de orientar el porvenir. En un momento de confluencia de los desafíos climático, sanitario y tecnológico, cuando la pandemia de COVID-19 ha puesto de relieve las fracturas del sistema educativo, la tarea de replantear la educación es más necesaria que nunca. Esa es la necesidad fundamental a la que debe responder Los futuros de la educación.
Esta iniciativa, lanzada antes de la pandemia pero que aprovecha las experiencias adquiridas durante la crisis, constituye una proyección sobre la educación de aquí a 2050 e incluso después. En resumen, ya que la educación es nuestro futuro, nos pareció que era esencial examinar los futuros de la educación. A ese fin, la UNESCO ha podido aprovechar el trabajo de especialistas, pero también las competencias de más de 200 Cátedras UNESCO y los aportes de más de 400 centros afiliados a la Red de escuelas asociadas en el mundo entero.
Esta labor se benefició también de las contribuciones de más de un millón de personas, desde jóvenes y docentes hasta miembros de la sociedad civil, los gobiernos y los agentes económicos. Ese carácter democrático era indispensable porque la educación del porvenir ofrecerá un margen mayor a la participación, el compromiso y el aporte, tanto de los alumnos como de toda la comunidad pedagógica.
En el ámbito de la transformación digital de nuestras sociedades, acelerada por la pandemia, ¿qué otros nuevos conocimientos deberían adquirir los jóvenes?
Considero que en ese sector hay varias tareas importantes. Primero, con el advenimiento de las redes sociales, todas nuestras relaciones con la información, los medios de comunicación y, en general, con el manejo de datos se han transformado profundamente. Hay que seguir desarrollando la enseñanza de competencias digitales, porque lo que hemos ganado en facilidad de acceso lo hemos perdido en materia de verificación de datos y profesionalismo de la información. Resulta evidente que la proliferación de la desinformación, la emergencia de las fake news y los deepfakes, que cada vez son más refinados y que pueden influir, por ejemplo, en unas elecciones, hacen que sea más necesario que nunca mejorar la educación a los medios y la información.
Esta disciplina debe fomentar el sentido crítico e infundir el espíritu de duda y de racionalidad. Por supuesto que es importante aprender a codificar el volumen de información al que estamos expuestos sin cesar, pero aún más importante es aprender a decodificarlo. La UNESCO está empeñada en esta tarea. Hemos actualizado, por ejemplo, nuestro programa mundial de educación a los medios de comunicación destinado a los docentes, aunque, sin duda, esta no será la última reactualización…
Además de la educación relativa a los medios y la información, la formación para prevenir todo tipo de racismo y antisemitismo también debe ser objeto de desarrollo. Esta es otra de las lecciones que hemos aprendido durante la pandemia: los reflejos racistas, la tentación de buscar chivos expiatorios, todos esos comportamientos aún persisten y nos amenazan. Es preciso que aprendamos a convivir, que sepamos de dónde venimos para saber hacia dónde vamos. Mediante el estudio de los orígenes de la humanidad, por ejemplo, cada uno de nosotros puede conocer nuestras raíces comunes y hallar, a través de la odisea de la especie, el sentido de la humanidad.
En resumen: es preciso fomentar la transversalidad. Ya mencioné las confluencias necesarias entre la educación científica y la enseñanza relativa al medio ambiente. Pero también es necesario tender nuevos puentes entre la educación, la cultura y el patrimonio, en particular mediante la formación artística. Por lo general, ante las materias complejas que ninguna disciplina es capaz de agotar por sí sola, las disciplinas y los docentes tienen mucho que ganar cruzándose, y los planes de estudio deberían fomentar más esas intersecciones.
Tal como ocurre en la sociedad, la tecnología digital penetra cada vez más en las escuelas. ¿Se trata de una auténtica oportunidad? ¿Cómo podríamos analizar la función de lo digital en los colegios del futuro?
La presencia de la tecnología digital en las escuelas no debe ser un fin en sí misma, sino un medio: tenemos que mantenernos lúcidos sobre sus límites y sus riesgos. Sin duda el uso de esas nuevas tecnologías, las pantallas y la inteligencia artificial ofrece oportunidades reales para personalizar el aprendizaje, estimular la creatividad de los alumnos o aliviar a los docentes de las tareas más repetitivas. Pero no debemos ver en ello una varita mágica.
Hay que tener conciencia de los límites que lo digital comporta. Yo creo que hay dos muy importantes: el riesgo de la desigualdad y el riesgo pedagógico.
Primero, creo que una de las grandes lecciones que nos aportó la crisis del COVID-19 es que los sistemas digitales agravan todas las brechas educativas. En un año y medio se ha hablado mucho de la enseñanza a distancia, pero para muchos alumnos del mundo ese concepto fue simplemente un espejismo. En África, por ejemplo, el 90% de los estudiantes carece de ordenador personal. Por lo tanto, no resulta sorprendente que más de 500 millones de alumnos, según nuestros datos, no hayan tenido el mínimo acceso a la enseñanza a distancia. En muchas regiones, especialmente en las zonas rurales, la enseñanza a distancia seguirá significando el aprendizaje a través de la radio o la televisión.
Además, en el ámbito pedagógico, ninguna pantalla podrá sustituir al docente. Porque ni siquiera el mejor algoritmo sería capaz de aportar las cualidades socio-emocionales del maestro, su humanidad, su empatía o su atención, rasgos que tendrán un valor decisivo en la formación de los profesores del futuro. Así, entre el docente y los sistemas digitales tendrá que establecerse necesariamente una relación complementaria, que será preciso implantar en cada caso. En ese aspecto, el informe es categórico: lo digital va a transformar la escuela y la labor de los docentes, pero no puede ni debe reemplazarlos.
Amplía esta información y descubre la entrevista completa en: www.unesdoc.unesco.org/ark:/48223/pf0000379767_spa
Creada por la UNESCO, la Comisión Internacional sobre los Futuros de la Educación ha elaborado un nuevo informe sobre la manera en que la educación puede configurar el futuro de la humanidad y del planeta. En este vídeo, los miembros de la Comisión y su Presidenta explican las principales.