La educación sobre el conflicto en Colombia debería impartirse más temprano

¿Por qué la educación sobre el conflicto en Colombia debería impartirse más temprano?

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Ariel Sánchez Meertens es un antropólogo que ha trabajado temas sobre pedagogías de paz. Hace cinco años publicó un libro en el que investigó cómo aprenden los niños, niñas y adolescentes sobre el conflicto armado que vive el país desde hace más de seis décadas.

¿Debería o no enseñarse sobre el conflicto armado colombiano en los colegios? Si la respuesta es sí, ¿cómo debería ser esta enseñanza? ¿Cuáles serían los contenidos? ¿Cuáles son las edades y aproximaciones adecuadas para estos contenidos? Estas son solo algunas de las preguntas que pedagogos, docentes, padres de familia y varias personas llevan haciéndose por décadas.

El Programa Nacional de Educación para la Paz EDUCAPAZ, aliado de la Comisión de la Verdad,  junto a otra serie de entidades, realizaron un kit pedagógico que sirve como guía para llevar la historia del conflicto armado del país a las aulas. Hasta el momento, más de 4.300 instituciones educativas de todo el país se han vinculado voluntariamente a la actividad.

En una entrevista con El Espectador, el investigador cuenta los hallazgos de su trabajo, analiza la jornada “La escuela abraza la verdad”, cuestiona los argumentos presentados por los opositores y critica la noción que se tiene de las escuelas como “oasis de paz”, veamos de qué se trata:

¿Qué es lo novedoso de su trabajo?

Hay estudios que se enfocan en los textos escolares, otros abordan las realidades en el marco del conflicto armado de los docentes, pero nadie había hecho un esfuerzo completo por ver desde la política pública de paz y de educación, pasando por los textos escolares, mirando las instancias educativas, los desarrollos y estrategias de los docentes, hasta llegar al estudiantado. Y, al mismo tiempo, vincular esto entendiendo que el escenario educativo no es el único espacio de transmisión. Puede ser un punto focal, pero interactúa con otras múltiples posibles de transmisión. No hay un monopolio sobre el saber y menos sobre el conflicto armado en la escuela.

¿Cuáles son los principales hallazgos de su trabajo?

Uno de los hallazgos, aunque no se profundizó lo suficiente en este, es que hay textos escolares muy sofisticados sobre el conflicto armado. Nosotros visitamos 40 colegios en 37 municipios y en ninguno se utilizaban estos textos. Entonces, puedes decir lo que quieras sobre los textos escolares, pero si no tienes ni idea cómo se usan no estamos en nada.

En la investigación, encontró que, era la televisión la fuente principal de los estudiantes para saber del conflicto:

¿Qué consecuencias puede tener esto en la formación de niños, niñas y adolescentes?

La fuente primordial de los saberes que dicen tener los estudiantes sobre el conflicto armado son los medios de comunicación, particularmente la televisión. Eso genera un desafío de política educativa fundamental en la que, a mi juicio, la estrategia no es de contrapeso o de revertir esa realidad que se puede trabajar de diferentes formas, sino de crear en las instancias educativas la posibilidad del abordaje de lo que reciben a través de medios de comunicación.

Es tratar de gestar espacios en los escenarios educativos para poder debatir, decantar y digerir cómo es que este imaginario se consolida y cuáles son las diversidades de postura que se pueden trabajar. Es buscar cómo ese referente simbólico de nuestra nación, con esa carga tan negativa, puede ser funcional en términos pedagógicos para terminar de entender parte de lo que nos sucede.

¿Cuál es la importancia de los docentes en este proceso?

La gran ventaja que tienen los docentes es doble. Primero, la interlocución directa y la posibilidad dialógica de construcción de este abordaje. Y segundo, el anclaje territorial. Es complejo desde los medios poder atender las particularidades del entorno inmediato de una institución educativa. Ese es un lugar de bisagra muy importante para el docente.

Por ejemplo, nadie como un docente podrá articular y gestar ese tipo de alianzas entre la experiencia particular de un estudiante campesino en el Cauca, con los relatos que puedan surgir alrededor del rol del corredor de los actores armados que se escenifica en esta zona y cómo se engrana con la historia de marginalización de los pueblos indígenas, por decir algo.

Esa personalización, con una patita en relatos nacionales, la tiene el docente. Por eso hay una belleza en su rol, que se puede terminar de articular utilizando buena parte de las herramientas mediáticas que ahora tienen tanta potencia.

En el trabajo, Sanchéz también encontró que los niños y niñas señalan que las edades iniciales de exposición a temas sobre conflicto armado son entre los cinco y los 12 años. Sin embargo, otras investigaciones apuntan a que los contenidos sobre este tema no se abordan en los colegios sino hasta los últimos grados.

¿Qué está pasando en las instituciones educativas?

Si uno ve los textos escolares, tienen un abordaje que tiene la pretensión de ir desde lo más temprano hasta lo más tardío. Lo que casi siempre sucede es que, para los más chicos se mantiene una mirada sobre convivencia; luego hay un abordaje sobre resolución de conflictos y el tema real concreto de la historia del conflicto armado se reserva para décimo y once, a veces un poco desde noveno.

Si esto es así, el colegio está llegando a involucrarse sobre las temáticas relacionadas con esta historia compleja cuando todos los estudiantes dicen ya haberse visto expuestos. Aunque nos cueste, y tengamos esta sensación de que hay unos temas tan complejos, sensibles y desgarradores y que queremos cuidarlos a temprana edad a exponerlos a este tipo de cosas, creo que lo sensato es encontrar los tonos apropiados, encontrar las herramientas pedagógicas propicias, pero sí empezar antes. Empezar antes no solamente en clave de convivencia y resolución de conflictos. Empezar antes con los contenidos precisos de lo que nos ha sucedido como país.

El informe no es un discurso canónico, unívoco, homogéneo, ni cerrado.

Es necesario comprender esto, sobre todo en los casos en que existen ciertos temores a la hora de abordarlo y llevarlo al aula.

Tampoco es un producto terminado. Esto es lo más bonito, pienso yo, de esta apuesta. Esta inserción lo hace más que nunca un documento vivo, creo que siempre ha sido la intención de la Comisión. Esto es un documento que está activo, que está incompleto, que se termina en los debates que va a gestar en las aulas de clase. Por eso tampoco debería haber miedo a los supuestos sesgos. Si los tiene, a juicio de alguien, la importancia está en tener el referente para poder abordar y complementar o señalar los posibles sesgos, y desde ahí decir “¿cómo complementamos esto? ¿cómo llevamos esto para que tenga un mayor sentido ajustado a la realidad completa de nuestro entorno?”.

El debate también ha estado marcado por unas valoraciones erróneas como esta de que las escuelas son un “oasis de paz”. Las escuelas nunca lo han sido, ni lo van a hacer, ni deberían llegar a serlo en el sentido de que pueden ser constructores, formadores, escenarios de construcción de paz, pero no son oasis, nunca estarán aislados de las dinámicas sociales de su entorno y no deben estarlo. Todo lo contrario.

Deberían ser puntos críticos de análisis, de lo que está sucediendo en los alrededores. Y lo que está sucediendo en nuestros alrededores es esta transición y es también la continuidad de otras formas de violencia que se están reproduciendo mediante imaginarios, entre otras.  Hay que dejar de pretender que lo que hay que construir es una especie de muralla protectora para que cuidemos a nuestros niños. Nuestros niños no son un mundo aparte de las dinámicas nacionales.

Con esta apuesta, entre otras cosas, veo que por fin se puede hacer más funcional la Cátedra de la Paz, que es algo muy difuso, muy tremendamente abierto, porque da 12 opciones entre las cuales los colegios pueden escoger dos y hay diferentes combinaciones que derivarían en una ausencia radical de discusiones sobre el conflicto armado y su historia. Pero ahora, con la presencia de un informe de esta índole, se puede trazar la continuidad con mayor facilidad. Desde esos elementos de convivencia hasta elementos más radicales, hitos violentos o responsabilidades colectivas que se pueden asumir.

Por eso celebro mucho esa posibilidad que se está abriendo y tiene camino para profundizarlo, ajustarlo, apostarle de manera más radical, no solo a la noción de verdad, sino en la incorporación de debates álgidos sobre la historia del conflicto.

Lee el artículo completo en “Educación sobre conflicto en Colombia debería darse más temprano en los colegios” | Noticias Colombia | EL ESPECTADOR

Especial para Revista Edu.co
Por: Mariana Marroquín Ortiz
Equipo de redacción de Revista EDU
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